domingo, 10 de mayo de 2015

Venganza, ¿por qué?




Ayer por la mañana pude leer online el artículo de la foto, originalmente publicado en el suplemento cultural de ABC, según me han comentado. Lo firma Juan Gómez-Jurado, un periodista de cierta reputación, pues su trayectoria incluye colaboraciones fijas y varias novelas. No voy a entrar en si es bueno o malo, pues lo desconozco por completo, es el primero de sus artículos que leo, la verdad. Tampoco voy a entrar en su mayor o menor dominio de la lengua o en la corrección con la que ha escrito este artículo. No pretendo juzgar su competencia como periodista, como él sí ha hecho con el traductor de la película Vengadores: La era de Ultrón, un profesional que, aunque para la mayoría de la población es alguien desconocido, dentro del gremio tiene un nombre hecho a costa de una larga trayectoria y un buen trabajo.

Los traductores no somos famosos, no vivimos del crédito que nos da el público. Nadie salvo un traductor comenta lo buena que puede llegar a ser una traducción o una adaptación cultural y solo gente muy friki (en el buen sentido) de los doblajes, aparte de los profesionales, comentan lo bien lograda que está  una sincronización, que, pese a no ser responsabilidad del traductor, sino del ajustador, un buen traductor audiovisual intenta dejarle fácil a este último. Sin embargo, día a día somos demonizados en cuanto alguien percibe un pequeño error, que , a veces, ni siquiera es tal, sino  simplemente una de las muchas interpretaciones que caben de una expresión o un término. 

Haciendo un pequeño inciso, esa es una de las grandezas de esta profesión a la que pertenezco, el hecho de que existen distintas interpretaciones para un mismo concepto dentro de una misma cultura y es la trayectoria vital (profesional y no profesional) del individuo, su experiencia, lo que le hará decantarse por una específicamente. ¿Hubiera sido mejor otra? Tal vez, pero dentro de la corrección existen varias opciones, no se nos olvide (y a veces la que para un profano es correcta, para un entendido no podría serlo, por distintas causas). Este es el principal motivo por el que un traductor automático, un programa de ordenador, no puede ocupar el lugar de un traductor humano y no podrá hasta ser capaz de percibir, sentir y aprender.

Retomando lo anterior, leyendo el artículo que nos ocupa, se infiere que, o bien el señor Juan Gómez-Jurado ignora por completo el proceso de traducción y el posterior doblaje, o bien intenta denostarlo o, al menos, sembrar dudas sobre él al mezclar diferentes aspectos.

Para los que lean esto y sean profanos en la materia, voy a intentar aclarar varios aspectos a fin de que, así, si en un futuro quieren opinar sobre las traducciones, lo hagan con conocimiento de causa y no tachando a los profesionales de ladrones y violadores del cine.

En primer lugar, las películas se caracterizan por ser un producto rico en referentes culturales, es decir, conceptos propios de una cultura específica que al trasladarlos a otra no significan nada o quedan muy raros. A veces, también hay modismos y expresiones que no tienen un equivalente. ¿Cómo se actúa entonces? Pues el traductor es el responsable de sustituir un referente cultural por otro de la nueva cultura, generalmente intentando tirar hacia lo neutro, hacia un elemento no demasiado local tal que pueda ser comprendido por el público y conserve el mismo sentido. La literalidad no es nunca una opción para un buen traductor, puesto que el producto (la película) pierde entonces toda la intencionalidad del original, que es lo que hay que tratar de mantener. Esto, a menudo, requiere de una documentación al respecto que también consume (no poco) tiempo.

En segundo lugar, una película tiene un tiempo finito y cada línea de diálogo tiene su tiempo específico que debe mantenerse, pues ya ha sido filmada. Como curiosidad, en los inicios de Hollywood se solían rodar distintas versiones cinematográficas para el distinto público, con distinto elenco y una traducción de lo que era el guión original. Esto hoy no es una opción, así que el tiempo es otro elemento importantísimo que ha de tenerse en cuenta y que también limita mucho si, en vez de doblaje, la opción es una traducción para subtitulado.

En tercer lugar, el traductor es prácticamente el último mono en el proceso de doblaje. Lo que quiero decir es que sí, es prácticamente la primera pieza del engranaje y sin traducción no habría película. Paradójicamente, su criterio no es el que prima, y eso que es el profesional que entiende de ambas culturas, de lenguas, de adaptaciones, porque las demás piezas no suelen contar con estos conocimientos. Sin embargo, es el ajustador, el director de doblaje y el supervisor que manda la productora quienes, a menudo, modifican elementos de la traducción según su criterio, para que se adecúe al movimiento labial de los actores en pantalla o al público al que pretende ir destinado el producto.

Por último, es obvio que hay traductores mejores y peores, que existen las malas traducciones y que los buenos también tienen fallos, pues es algo irremediable siempre: somos humanos. Además, es aconsejable tener presente que el traductor tiene unos plazos de entrega que le obligan a trabajar sin tregua ni prácticamente descanso (hablamos de pocos días), lo que favorece los fallos al realizar la tarea. Tampoco es extraño que en el guión original que recibe falten líneas de diálogo que tienen que identificar y transcribir. En lo que sí tiene razón Gómez-Jurado es en que los traductores no cobran acorde a su tarea, dado que reciben la nómina más baja del proceso.

Lo de los títulos es algo ya muy mascado, pues es la propia productora la que los traduce, según consideran que vaya a atraer a más público.

¿Que hay quien prefiere la versión original? Bueno, yo me cuento entre ellos y eso no me lleva a demonizar el doblaje ni a ignorar la realidad del mismo. Además, como ya he comentado, el subtitulado cuenta con otros impedimentos que le dejan lejos de ser una opción perfecta (¿acaso la hay?). Gómez-Jurado, en Twitter, recomendó la VO subtitulada en inglés; me pregunto si para cualquier idioma, puesto que no todas las películas se filman en este idioma. Conviene recordar que el doblaje es mayoritario en determinados países como España, Francia y Alemania, pero que en prácticamente todos existe para determinados productos, como las películas infantiles. 

Pues sí, el doblaje tiene su utilidad: no todos los espectadores saben leer y/o entienden todos los idiomas habidos y por haber y, por supuesto, existe gente que no es capaz de leer las líneas de subtítulos al ritmo que aparecen (preguntad si no a vuestros abuelos, por ejemplo).

¿De quién hay que vengarse entonces? Gracias a las traducciones todos podemos disfrutar de la cultura extranjera y adquirimos distintos conocimientos. Muchos libros de texto son traducciones, no digamos ya enciclopedias y novelas. ¿Venganza? No le veo el sentido, más bien sería agradecimiento lo que le debemos.

Por último, es evidente que cada cual es cada quién y que las opiniones son como los culos. Lo que sí sería de agradecer es que quien vertiera una opinión fuera consciente de la repercusión de la misma y de que tras eso que critica puede estar el esfuerzo de un profesional, algo digno de respeto, a mi entender. Lo ideal es que, además, tal opinión estuviera fundamentada, en especial si parte de un profesional del periodismo, para que sus argumentos no sean falaces. Dicho esto, no caeré en generalizaciones que también llevan a falacias, pero creo que quizá el público debería ser más crítico con lo que lee porque no es oro todo lo que reluce y faltar al respeto a profesionales tratando de sentar cátedra y poner en entredicho su prestigio no suele estar bien.

Pues sí, el traductor es un ser invisible, pero también tiene su ego, digno de respeto, como todos los que no sean desmesurados.

Si queréis leer más sobre este tema, podéis seguir este enlace de un colega de profesión: http://jugandoatraducir.com/en-defensa-del-doblaje-y-la-traduccion-audiovisual/

viernes, 31 de mayo de 2013

El sentido de los diacríticos

Un acento diacrítico es aquel que sirve para diferenciar dos palabras de igual grafía. Podemos poner como ejemplo el de preposición y el  forma verbal. Los diacríticos siempre han estado ahí en el idioma español, puede que como forma de hacer que los hablantes que transcriben sus pensamientos se tiren de los pelos y se hagan un verdadero lío en la cabeza, pero cumplían su cometido a la perfección siempre que se supiera usarlos. De un tiempo a esta parte, sin embargo, la máxima autoridad de la lengua española, la tan llevada y traída Real Academia Española, RAE para los amigos, parece resuelta a acabar con ellos, no sé sabe muy bien por qué. 

Primero fueron los diacríticos en los pronombres frente a los determinantes (éste y ésta frente a este y esta), dando potestad al hablante para decidir si se acentuaba o no la palabra según hubiera riesgo de confusión entre uno y otro o no. Se siguió el mismo criterio con sólo adverbio y solo adjetivo, siendo obligatoria su acentuación como tal adverbio únicamente en el caso de que hubiera ambigüedad dentro de la oración y el hablante no pudiera saber, si no existiera el acento, si se trataba de un adverbio o un adjetivo (caso realmente peregrino). Ahora directamente acentuar tanto unos como otro se considera un error según la última ortografía publicada. 

Tengo que aclarar, llegados a este punto, que todo lo que la RAE publica es normativo, es decir, va a misa, es lo que se debe hacer, sienta cátedra. Si bien tanto cambio trae a profesores, alumnos y profesionales de la lengua de cabeza (muchas veces tardamos un tiempo en darnos cuenta de que algo ha cambiado y aplicar, en consecuencia, dicho cambio). Además, antes la RAE ponía a disposición en su web los escritos publicados (no solo el diccionario, también la ortografía), ahora, si quieres conocer qué contienen has de comprar el libro y hacer el consiguiente desembolso de dinero.

Me viene a la cabeza un artículo del gran Gabriel García Márquez a razón del debate de transformar la lengua en más fácil para el hablante (http://elpais.com/diario/1997/04/08/cultura/860450416_850215.html) y se me encoge el alma de dolor pensando en que quizás, dentro de unas pocas décadas, la Real Academia Española dará legitimidad al lenguaje SMS como español de verdad, propiamente dicho. Se me ponen los pelos de punta.

¿Cómo quitar un diacrítico basándose en que no hay ambigüedad cuando ni los propios hablantes diferencian una palabra de otra y es por ello que siguen cometiendo ahí la falta? ¿Cómo es que ahora quien comete la falta es quien solía usar el español correctamente?

Por favor, señores académicos, un poco de sensatez y cordura, un poco de coherencia en las decisiones. Que sí, que está muy bien mirar el uso que hacen de la lengua los hablantes y adaptarse a los tiempos eliminando normas arcaicas que carezcan de sentido e incluyendo vocabulario del día a día. Pero lo que aquí nos atañe no es un ejemplo ni de lo primero ni de lo segundo, sino todo lo contrario.


martes, 3 de abril de 2012

La traducción: ¿es una profesión como tal?

(Publicado por primera vez el 25/01/2011 en un blog anterior de la autora)

Procedente del latín traductĭo, -ōnis, que significa hacer pasar de un lugar a otro o «trasladar», la traducción es una actividad que consiste en transformar un discurso haciéndolo pasar de una lengua a otra de tal forma que no pierda el sentido y las referencias contextuales y culturales que tenía en origen y al mismo tiempo pueda ser comprendido por el destinatario. Se trata de una labor cuya tradición se remonta a la Antigüedad, pero que tuvo su auge durante la Edad Media, precisamente en nuestra geografía, con la floreciente y prolífica Escuela de Traductores de Toledo, que sirvió para que obras de árabes, hebreos, griegos y romanos pudieran ser conocidas por las lenguas y culturas romances emergentes. Sin estas traducciones no sólo hubiera sido imposible la expansión del saber antiguo por toda Europa, sino que además no hubiera existido el Renacimiento como tal. Hoy en día la realidad de la traducción no es tan romántica. En el mundo global las traducciones se exigen con la celeridad del rayo y el traductor es una figura ignorada por el destinatario de las mismas e infravalorada por quienes le necesitan, de forma que su profesión queda apenas reducida a una mera tarea casi automática a ojos tanto de profanos como de quienes no lo son tanto.
Muchos son los prejuicios existentes en torno a la labor del traductor. La gente de a pie no suele reparar en que la obra que lee, ve y oye no es la original, sino que está traducida y que alguien ha invertido muchas horas para que ellos, como destinatario final, no encuentren algo que les chirríe en el mensaje o tengan que pararse a pensar porque exista algún elemento que de primeras no se ajuste a sus conocimientos. Todo esto es algo que el destinatario de la traducción da por sentado, especialmente en España, donde existe una gran cultura del doblaje y donde el ciudadano medio no tiene inquietud por conocer idiomas más allá de lo básico que le pueda ser de alguna utilidad o beneficio en su entorno laboral.
Apenas dos décadas avalan la traducción como licenciatura universitaria, pues fue en 1991 cuando se implantaba la licenciatura en Traducción e Interpretación como tal, aunque el número de universidades que la ofertan haya ido en aumento progresivo desde entonces. Pero el traductor sigue siendo menospreciado por otros compañeros universitarios, puesto que quien desconoce la profesión considera que cualquier persona con un gran conocimiento del idioma puede llevar una traducción a cabo, aunque tal apreciación sea del todo errónea. Partamos de la base de que cada vez menos estudiantes escriben correctamente, ya sea en carreras de ciencias o letras y sigamos especificando que saber una lengua y dominarla no es exactamente lo mismo. Un traductor ha de dominar su lengua y conocer muy bien al menos otra más, ha de tener una cultura general en ambos idiomas y de los países donde se hablan, inventiva para sortear los conflictos culturales que toda traducción plantea y afán de conocimiento porque cada traducción es un reto sobre el que hay que investigar para poder realizarla con maestría. Todo ello forma parte de las aptitudes que exige la profesión, pero además son conocimientos que han de estudiarse y renovarse, pues tanto lenguas como culturas son entes vivos, ya que evolucionan con la población de la que son objeto. Así pues un buen traductor debe estar en contacto con el mundo y ser consciente de los distintos estratos que existen en la sociedad.
El que la labor del traductor pase de ser ignorada e infravalorada a ser apreciada en su justa medida depende de toda la sociedad. Según Anne-Hélène Suárez, ya en la formación primaria y secundaria habría que hacer notar a los alumnos que existe una figura sin la cual no se beneficiarían de parte del material que allí usan y verían en alto grado reducidas sus opciones de ocio. El estado español ya puso su granito de arena cuando en 1987 reconocía la obra del traductor como una creación con sus correspondientes derechos de autor en el texto de la Ley de Protección Intelectual, aunque rara sea la vez que tales derechos acaban pagándose. Por supuesto, las asociaciones de traductores y escritores (a las que se asocian también traductores al ser considerados autores), velan por sus asociados, recomendando tarifas mínimas que deberían exigir para sus encargos y proporcionándoles una vía de contacto entre ellos de forma que puedan ponerse de acuerdo para favorecer sus intereses como colectivo de profesionales. Evidentemente, todo sería mucho más fácil si existiera un Colegio Profesional de Traductores e Intérpretes, lo que sucede en muchos otros países, ya que sólo con ello aumentaría el prestigio de la profesión. Un colegio garantizaría unos mínimos requisitos de profesionalidad y experiencia, unos estándares en los traductores como profesionales, podría fijar (en vez de recomendar) unas tarifas mínimas por el trabajo realizado y, tal y como ocurre con otras profesiones, cualquiera necesitado de un profesional podría solicitar al colegio orientación en el tipo de tarea que necesitara. Además, garantizaría el cumplimiento de un código deontológico porque de otro modo el colegiado se arriesgaría a su expulsión y a la pérdida de reconocimiento que ello conllevaría, significando una gran mancha en su carrera. Sin embargo, hoy por hoy es cada traductor quien dicta su criterio final al traducir, su ética en cada situación y su compromiso profesional.
La traducción como profesión, aún no ha recorrido los seis pasos para la plena profesionalización que proponía Bullough pese a ser una actividad que se remonta a la Antigüedad y que ha ido pasando por distintos estados de prestigio según las distintas épocas históricas. Hoy en día, en España, el traductor es un personaje ignorado e infravalorado que no encuentra el reconocimiento debido a una profesión que no es tan simple como se piensa y que es absolutamente necesaria en el mundo global en que vivimos. Pese a todo, se van haciendo logros en relación al reconocimiento profesional, como la relativamente reciente implantación de los estudios como licenciatura universitaria y el reconocimiento del traductor como autor y creador según la Ley de Protección Intelectual.
Bibliografía:
Medios impresos:
Bullough, Ven L. (1966): The Development of Medicine as a Profession: The Contribution of the Medieval University to Modern Medicine. S. Karger, Basilea.
Ley 22/1987, de 11 de noviembre de Propiedad Intelectual. B.O.E. 275/1987, de 17 de noviembre de 1987
Medios electrónicos:
Payàs, Gertrudis: El traductor indigno en: htttp://www.xcastro.com/etica.html (27/10/2010)
Ballestero, Alberto: Ética y traducción: la vida en la frontera en: http://www.enedelate.blogspot.com/2009_08_01_archive.html (09/11/2010)
Suárez, Anne Hélène (2008) [Comunicación personal] (12/03/2009) en: http://acec-web.org (09/11/2010)