martes, 3 de abril de 2012

La traducción: ¿es una profesión como tal?

(Publicado por primera vez el 25/01/2011 en un blog anterior de la autora)

Procedente del latín traductĭo, -ōnis, que significa hacer pasar de un lugar a otro o «trasladar», la traducción es una actividad que consiste en transformar un discurso haciéndolo pasar de una lengua a otra de tal forma que no pierda el sentido y las referencias contextuales y culturales que tenía en origen y al mismo tiempo pueda ser comprendido por el destinatario. Se trata de una labor cuya tradición se remonta a la Antigüedad, pero que tuvo su auge durante la Edad Media, precisamente en nuestra geografía, con la floreciente y prolífica Escuela de Traductores de Toledo, que sirvió para que obras de árabes, hebreos, griegos y romanos pudieran ser conocidas por las lenguas y culturas romances emergentes. Sin estas traducciones no sólo hubiera sido imposible la expansión del saber antiguo por toda Europa, sino que además no hubiera existido el Renacimiento como tal. Hoy en día la realidad de la traducción no es tan romántica. En el mundo global las traducciones se exigen con la celeridad del rayo y el traductor es una figura ignorada por el destinatario de las mismas e infravalorada por quienes le necesitan, de forma que su profesión queda apenas reducida a una mera tarea casi automática a ojos tanto de profanos como de quienes no lo son tanto.
Muchos son los prejuicios existentes en torno a la labor del traductor. La gente de a pie no suele reparar en que la obra que lee, ve y oye no es la original, sino que está traducida y que alguien ha invertido muchas horas para que ellos, como destinatario final, no encuentren algo que les chirríe en el mensaje o tengan que pararse a pensar porque exista algún elemento que de primeras no se ajuste a sus conocimientos. Todo esto es algo que el destinatario de la traducción da por sentado, especialmente en España, donde existe una gran cultura del doblaje y donde el ciudadano medio no tiene inquietud por conocer idiomas más allá de lo básico que le pueda ser de alguna utilidad o beneficio en su entorno laboral.
Apenas dos décadas avalan la traducción como licenciatura universitaria, pues fue en 1991 cuando se implantaba la licenciatura en Traducción e Interpretación como tal, aunque el número de universidades que la ofertan haya ido en aumento progresivo desde entonces. Pero el traductor sigue siendo menospreciado por otros compañeros universitarios, puesto que quien desconoce la profesión considera que cualquier persona con un gran conocimiento del idioma puede llevar una traducción a cabo, aunque tal apreciación sea del todo errónea. Partamos de la base de que cada vez menos estudiantes escriben correctamente, ya sea en carreras de ciencias o letras y sigamos especificando que saber una lengua y dominarla no es exactamente lo mismo. Un traductor ha de dominar su lengua y conocer muy bien al menos otra más, ha de tener una cultura general en ambos idiomas y de los países donde se hablan, inventiva para sortear los conflictos culturales que toda traducción plantea y afán de conocimiento porque cada traducción es un reto sobre el que hay que investigar para poder realizarla con maestría. Todo ello forma parte de las aptitudes que exige la profesión, pero además son conocimientos que han de estudiarse y renovarse, pues tanto lenguas como culturas son entes vivos, ya que evolucionan con la población de la que son objeto. Así pues un buen traductor debe estar en contacto con el mundo y ser consciente de los distintos estratos que existen en la sociedad.
El que la labor del traductor pase de ser ignorada e infravalorada a ser apreciada en su justa medida depende de toda la sociedad. Según Anne-Hélène Suárez, ya en la formación primaria y secundaria habría que hacer notar a los alumnos que existe una figura sin la cual no se beneficiarían de parte del material que allí usan y verían en alto grado reducidas sus opciones de ocio. El estado español ya puso su granito de arena cuando en 1987 reconocía la obra del traductor como una creación con sus correspondientes derechos de autor en el texto de la Ley de Protección Intelectual, aunque rara sea la vez que tales derechos acaban pagándose. Por supuesto, las asociaciones de traductores y escritores (a las que se asocian también traductores al ser considerados autores), velan por sus asociados, recomendando tarifas mínimas que deberían exigir para sus encargos y proporcionándoles una vía de contacto entre ellos de forma que puedan ponerse de acuerdo para favorecer sus intereses como colectivo de profesionales. Evidentemente, todo sería mucho más fácil si existiera un Colegio Profesional de Traductores e Intérpretes, lo que sucede en muchos otros países, ya que sólo con ello aumentaría el prestigio de la profesión. Un colegio garantizaría unos mínimos requisitos de profesionalidad y experiencia, unos estándares en los traductores como profesionales, podría fijar (en vez de recomendar) unas tarifas mínimas por el trabajo realizado y, tal y como ocurre con otras profesiones, cualquiera necesitado de un profesional podría solicitar al colegio orientación en el tipo de tarea que necesitara. Además, garantizaría el cumplimiento de un código deontológico porque de otro modo el colegiado se arriesgaría a su expulsión y a la pérdida de reconocimiento que ello conllevaría, significando una gran mancha en su carrera. Sin embargo, hoy por hoy es cada traductor quien dicta su criterio final al traducir, su ética en cada situación y su compromiso profesional.
La traducción como profesión, aún no ha recorrido los seis pasos para la plena profesionalización que proponía Bullough pese a ser una actividad que se remonta a la Antigüedad y que ha ido pasando por distintos estados de prestigio según las distintas épocas históricas. Hoy en día, en España, el traductor es un personaje ignorado e infravalorado que no encuentra el reconocimiento debido a una profesión que no es tan simple como se piensa y que es absolutamente necesaria en el mundo global en que vivimos. Pese a todo, se van haciendo logros en relación al reconocimiento profesional, como la relativamente reciente implantación de los estudios como licenciatura universitaria y el reconocimiento del traductor como autor y creador según la Ley de Protección Intelectual.
Bibliografía:
Medios impresos:
Bullough, Ven L. (1966): The Development of Medicine as a Profession: The Contribution of the Medieval University to Modern Medicine. S. Karger, Basilea.
Ley 22/1987, de 11 de noviembre de Propiedad Intelectual. B.O.E. 275/1987, de 17 de noviembre de 1987
Medios electrónicos:
Payàs, Gertrudis: El traductor indigno en: htttp://www.xcastro.com/etica.html (27/10/2010)
Ballestero, Alberto: Ética y traducción: la vida en la frontera en: http://www.enedelate.blogspot.com/2009_08_01_archive.html (09/11/2010)
Suárez, Anne Hélène (2008) [Comunicación personal] (12/03/2009) en: http://acec-web.org (09/11/2010)

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